La realidad es que hay muy poco aceite de oliva almacenado y que las previsiones de producción para la próxima campaña, que comenzará en un mes, son malas. Durante las últimas semanas he escuchado y leído opiniones diversas en las que se afirmaba que había un fenómeno especulativo en el mercado del aceite de oliva y que por eso subían los precios. Nada más lejos de realidad.
Puede que, como en todas las situaciones de este tipo, alguno esté intentando hacer su agosto, pero la realidad es que el aceite de oliva escasea. La semana pasada los precios volvieron a subir y el virgen extra cotizó por encima de los 8.400 euros por tonelada, lo que supone 8,4 euros por kilo. Insisto, me refiero a precios en origen y sin envasar. Hasta que ese producto llega al consumidor debe pasar por varias fases: envasado, venta al distribuidor y al consumidor.
Para que todos los eslabones de la cadena ganen algo, ese mismo aceite de oliva virgen extra, que se paga en origen a 8,4 euros por kilo, debería venderse en la tienda a 10 euros. Todo lo que esté por debajo de esa cifra supondría una venta a pérdidas. Puede suceder que algunas partidas se hayan comprado por ejemplo a 6 o 7 euros hace más de tres meses y que ahora se vendan por encima de los 10 euros, con la consiguiente ganancia, pero no creo que haya muchos casos así en España.
El consumidor puede argumentar, con toda la razón del mundo, que el aceite de oliva se ha encarecido mucho y orientar sus decisiones de compra al aceite de girasol, por ejemplo. Estará en su derecho y sobre gustos no hay nada escrito. Pero la realidad es muy simple: el aceite de oliva sube de precio, fundamentalmente, porque hay, y habrá, muy poco y escasea. Estamos, por lo tanto, ante un caso claro de reducción de la oferta por motivos, en esta ocasión, climatológicos. Esto ha sucedido en la campaña que está a punto de finalizar y también pasará en la próxima. Todo lo demás son buscar tres pies al gato, cuando tiene cuatro.