Mirémonos en el espejo de Francia, que, a fecha de hoy, sigue siendo la principal potencia agraria de la Unión Europea (UE). Según las organizaciones agrarias FNSEA y Jóvenes Agricultores, las mayoritarias en el vecino país, “casi el 20 por ciento de los agricultores no consigue vivir de su trabajo”.
Los galos ya se movilizaron los días 8 y 22 de octubre y volverán a hacerlo el 27 de noviembre con el fin de denunciar la crisis por la que atraviesan. Los representantes del sector agrario consideran que con sus protestas han logrado que se “muevan algunas líneas” y que se tome conciencia de la difícil situación del sector agrario, pero constatan que todavía no se han adoptado medidas concretas, de ahí la necesidad de continuar con “las movidas”. Dicen una verdad como un templo: “estamos atrapados entre una reglamentación que no permite la competitividad y un reparto del valor que no garantiza una remuneración justa”.
Consideran que el Estado y la UE, en lugar de emplear su energía en crear nuevas distorsiones, como son los acuerdos comerciales internacionales, nuevas tasas o impuestos, más exigencias medioambientales…, deberían aplicarse en hacer que se cumplan las normas sobre la cadena alimentaria para garantizar la renta de los agricultores y ganaderos.
Todo lo anterior es válido también en España con carácter general, aunque en algunos sectores se puedan introducir matices. Un ejemplo de ello es lo que está pasando en el sector hortícola y frutícola de Almería, Granada y Málaga, que ha salido a las calles y carreteras esta semana para denunciar la crisis de precios y la competencia que sufren por parte de países terceros que tienen menos exigencias medioambientales y laborales, con los que no hay manera de competir. Hace falta que en Bruselas y en las capitales de los Estados miembros den una vuelta a todo lo anterior y se busquen soluciones. Es difícil, sí, pero lo único que no se puede hacer es quedarse mirando sin actuar y dejar de ir a Bruselas a los Consejos de Ministros como ha hecho Luis Planas esta semana. ¡De vergüenza!