Los dos años de Luis Planas al frente del Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación, que se han cumplido este fin de semana, han sido, desde el punto de vista de su gestión, totalmente planos. Ese periodo, equivalente a la mitad de una legislatura normal, se ha caracterizado por la práctica «desaparición» del ministro, fiel a su estilo de político que se pone de perfil cada vez que hay un problema.
El ejemplo más evidente es lo que ha sucedido con el olivar y el aceite de oliva. Este sector lleva sumido en una grave crisis de precios y de rentabilidad desde hace un año y medio y sólo la semana pasada «el olivarero Planas», ya que tiene un olivar, se dignó presentar un plan de medidas que en su mayor parte no se pueden aplicar en el corto plazo.
Este proyecto, cuya presentación en una reunión del Comité Consultivo, que no es el foro adecuado para ello, ha molestado a algunos consejeros autonómicos, es, junto a la modificación de la Ley de la Cadena Alimentaria, la actuación más importante de Planas. Los cambios de esa Ley han cosechado protestas muy significativas por parte de las cooperativas agroalimentarias, a las que Planas parece querer «meter en cintura».
A lo largo de estos dos años, el ministro se ha dejado quitar las competencias en materia de agua o de política forestal. En este periodo de tiempo, el sector agrario ha registrado la mayor oleada de protestas de los agricultores y ganaderos durante las dos últimas décadas en España, visualizadas en esas imágenes en Don Benito de los manifestantes reprimidos por agentes de la Policía. En resumidas cuentas, el balance del olivarero Planas al frente del Ministerio de Agricultura no puede ser más plano.