Un 12 de abril de 1555 fallecía en Tordesillas (Valladolid) una mujer con la que el destino no tuvo piedad: Juana, más conocida como La Loca, que pudo haber sido reina de toda España.
En la sección de Historia nos vamos a acercar a su figura, porque merece la pena conocer un poco más sobre ella. Pero, ante todo, una cosa: ¿es verdad que estaba loca?
Según algunos de los últimos estudios históricos, parece que no tanto como se creía. Para ciertos historiadores Juana padeció de algo de obsesión y de síntomas de depresión pero no tanto como para degenerar en locura. Más bien hay quienes señalan que fue una excusa, y puede que no les falte razón.
Y es que si a Juana no la hubieran internado en Tordesillas a propuesta de su propio padre, su destino hubiera sido otro. La hija de los Reyes Católicos fue, en principio, una víctima de las tiranteces entre su progenitor, Fernando, rey de Aragón, y su marido, Felipe de Habsburgo, más conocido como El Hermoso, que se disputaban quién mandaba de facto en la Corona de Castilla.
Un amor y una muerte tremendos
Juana tenía 16 años cuando conoció a su esposo por primera vez. Ella era una muchacha que había partido a Flandes para casarse con él. Se enamoraron a primera vista pero el problema es que Felipe era terriblemente promiscuo con otras mujeres y ella llevó muy mal esa situación durante todo su matrimonio, del que salieron seis hijos.
La muerte de Felipe fue determinante para que el futuro de Juana. El Hermoso había pedido que, salvo su corazón -que debía enviarse a su tierra natal-, se le enterrara en Granada. Pero su suegro, Fernando, se negaba a ello. Así que durante ocho meses el féretro de Felipe vagó por toda Castilla en un recorrido del que otro día hablaremos porque da de sí y que plasmó el pintor Francisco Pradilla en su famoso cuadro del Prado en el siglo XIX. Finalmente acabó en Tordesillas, como ella.
Su reclusión oficial comenzó en 1509, junto a su hija, la infanta Catalina, que nació póstuma durante aquel periplo con el cadáver. Oficialmente, en 1516 Juana se convirtió nominalmente en reina de Aragón, Castilla y Navarra aunque no en la práctica. Cuando su hijo Carlos, procedente de Flandes, desembarcó en Asturias se apresuró a visitar a su madre en Tordesillas. Aunque no la sacó de allí. Todo lo contrario, sus consejeros flamencos recomendaron que siguiera internada.
Un símbolo comunero
Cuando estalló la Guerra de las Comunidades, los comuneros acudieron a ver a la que consideraban la verdadera reina. Para su sorpresa, se encontraron con que la mujer no estaba tan loca como decían. Y sí, les apoyó pero no dio el paso decisivo, el que hubiera desautorizado a su hijo: jamás firmó un papel como reina de Castilla. La recompensa que obtuvo fue un régimen de internamiento mucho más duro cuando terminó la rebelión.
Hasta la hermana de Carlos, Catalina, se quejaba del trato que recibía su madre, a la que acompañó en su confinamiento hasta 1525, en que tuvo que casarse con Juan III de Portugal. Durante 46 años Juana, de luto total, vivió encerrada hasta aquel 12 de abril de 1555 en que falleció.