Hay que agradecer a los primeros ecólogos, sus trabajos para concienciar a la sociedad para que pensáramos en ecosistemas en lugar de en nuestro ombligo. Lo malo es que pronto, se convirtieron en ideología de éxito, con el inconveniente de que sus dogmas y vaticinios pueden ya verse, si reflexionamos en ellos, cómo han sido ratificados o reprobados por la realidad con el paso del tiempo y, lamentablemente, con esa perspectiva el daño que han causado es abrumador.
En los años 70 empezaron una campaña feroz contra la energía nuclear. Ignoramos las razones científicas, posiblemente era fácil asustar sobre un peligro que no se ve (propio de las películas de terror) o sobre unos residuos que en sesenta años no han causado ningún problema. Algunos países ignoraron la presión ideológica e implantaron las centrales nucleares. Otros, ¿más progresistas? las paralizaron y aún estamos pagando por ellas. Si no hubiera habido esa oposición, la mayor parte de la energía eléctrica se obtendría de la fisión nuclear y nos habríamos ahorrado emitir billones de toneladas de gases de efecto invernadero, aunque sorprendentemente ellos siguen en su burbuja de rechazarla. Menos mal que China, Francia, Japón, Reino Unido, entre otros, han sabido leer el problema.
En los años 70 empezaron una campaña feroz contra la energía nuclear
En 1981 Los Verdes alemanes presionaron a su gobierno para que solicitara a la Comisión Europea que se obligara a indicar en los envases de los productos alimentarios envasados una información perfectamente inútil: la fecha de “consumo preferente”. Los burócratas europeos cuya acción se basa en la presión y no en la lógica, lo obligaron e, instantáneamente, la mayor parte de los consumidores pasaron a equivocarla con la, esta sí lógica, fecha de caducidad, lo que ha llevado sistemáticamente a que el 30% del desperdicio de alimentos se origine en los hogares: producto pasado de cualquier fecha, a la basura. Y cuarenta años después los mismos causantes del problema intentan concienciarnos de su importancia, cuando su solución es bien sencilla: suprimir la innecesaria indicación. Otro destacado éxito para su debe.
En los 80 del pasado siglo la investigación en Europa en ingeniería genética era la mejor del mundo. Pero a los chicos de Greenpeace les pareció fatal que se avanzara en esa ciencia y alegando que eran cancerígenos, consiguieron nuevamente que la burocracia europea, esa que se mueve por presiones y no por lógica, no aceptara sus desarrollos y pusiera todo tipo de pegas a su utilización. Como los humanos seguimos reproduciéndonos y los nuevos también quieren comer, ante la limitación de las tierras cultivables y la oposición general a obtener más rendimientos con variedades genéticamente mejoradas y más productivas, se empezó a deforestar otros territorios como el Amazonas, en un proceso que hace dos mil años también hicimos los europeos: deforestar para disponer de nuevos campos. Pero esto es muy malo para luchar contra el cambio climático, pues los bosques son parte esencial del sumidero de CO2. Otro brillante logro ecologista.
Hay otros éxitos más pequeños, que hemos olvidado y ellos no quieren recordar, como el de la supresión de las bombillas de filamento incandescente. Empezaron a ir contra ellas porque, aunque eran baratas, eran poco eficientes al convertir parte de la energía en calor. Prohibieron su fabricación en la Unión Europea allá por el año 2009, pasando a ser sustituidas por las halógenas y las fluorescentes. Pero no habían pensado que las halógenas, y también las fluorescentes en menor medida, al romperse liberaban gases tóxicos, lo que obligó también a su prohibición en 2018. Menos mal que aparecieron las LED, más eficientes, pero más caras, de reciclado complejo y contienen indio, galio y otras escasas tierras raras.
El 60% de los microplásticos se producen por el desgaste (abrasión) de los neumáticos
Ahora estamos con el dogma del plástico de envasado de alimentos. Diariamente leeremos u oiremos que la maldad, por ejemplo, de una botella de plástico es que acaba en un vertedero o batida por las olas del mar y su degradación produce los microplásticos; partículas que pueden llegar a envenenarnos. Nada más falso. Encontrarán en Google Scholar exhaustivos estudios científicos que avalan que el 60% de los microplásticos se producen por el desgaste (abrasión) de los neumáticos y, el 40% restante esta causado, en orden decreciente, por los textiles, pinturas, cosméticos, césped artificial y detergentes. La contribución de los envases es “cero”. Pero como es un dogma, los burócratas europeos, que se mueven por presiones y no por lógica, los perseguirán para eliminarlos y los mayores recordamos aún que, antes del plástico, utilizábamos en su lugar el papel y la madera, por lo que deducimos que vamos a aumentar la deforestación un poco más. Vamos camino de otro éxito.
Si pudiéramos ser solo veganos tendríamos un intestino de más de 20 metros
Y podemos tratar también el dogma contra la carne. Tiene dos mandamientos, ambos falsos. El primero es que ser vegano es más sano, pues la carne es cancerígena. Lamentablemente somos omnívoros y nuestro organismo esta diseñado para ingerir productos animales. Si pudiéramos ser solo veganos tendríamos un intestino de más de 20 metros, como lo tienen todos los animales que lo son, habitados por billones de bacterias diversas que les ayudan a obtener las moléculas bioactivas que los vegetales no les aportan. Con una longitud menos de la mitad no sobrevivimos como veganos y, de hecho, ya hay en la cárcel algún padre dogmático que impuso a su pequeño una dieta vegana que por poco lo mata.
Sin la ganadería extensiva desaparecerán los pueblos de montaña y con ellos volverá a crecer el monte bajo y una mayor proliferación de los incendios forestales
El segundo mandamiento es que el sector agroalimentario, ganadería incluida, es el causante del 28% de las emisiones de los Gases de Efecto Invernadero (GEI). No hace falta saber contabilidad para conocer que cualquier balance tiene un debe y un haber y la agroalimentación es el único sector económico que tiene un haber en cuanto a los GEI: absorbe casi tanto CO2 de la atmósfera como emite la producción y consumo de sus producciones. Es, sin duda, la actividad económica con menos huella de carbono neta de toda la economía. Pero como el dogma no admite contabilizar las absorciones, queda a si maldita y, sin la ganadería extensiva, desaparecerán los pueblos de montaña y con ellos volverá a crecer el monte bajo y una mayor proliferación de los incendios forestales, aunque parece que el gran éxito de la recién clausurada COP26 es que muchos se han dado cuenta de que todos los gases de efecto invernadero los producimos ¡al quemar combustibles fósiles! Laus Deus. No era la vaca.
Los estudios científicos realizados sobre el impacto de la Reforma de la PAC coinciden en que tendrá efectos negativos
Pero iba a tratar la Reforma de la PAC, bautizada como la Reforma Verde y sólo con ese nombre ya es más fácil crear el dogma. Esta por demostrar científicamente que los llamados cultivos ecológicos sean más beneficiosos medioambientalmente por unidad producida, ni más sanos. Pero el dogma dice lo contrario. Entre otras, una de las bases de la Reforma Verde es marcar el objetivo de que se alcance en Europa un 25% de todas las producciones “ecológicas”. Sin considerar el pequeño inconveniente de que la Comisión Europea no ha pensado quien las comprará, pues son bastante más caras, tampoco ha querido admitir que los cuatro únicos estudios científicos realizados sobre el impacto de esta Reforma (El Joint Research Centre de la UE, el USDA y las universidades de Kiel y de Wageningen), coinciden en que tendrá efectos negativos, no solo sobre el abastecimiento, sino también sobre el cambio climático; justo lo contrario de lo que pregona. Pero los burócratas europeos, incluidos los europarlamentarios, que se mueven por presiones y no por lógica, ya la han aprobado.
El Brexit no solo fue la cabezonería de un político que quería ser cabeza de ratón.
¡Bendita Europa!