La vicepresidenta segunda del Gobierno y ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, necesita dar alas a la plataforma política que está creando para presentarse a las futuras elecciones. Se disputaría los votantes con el PSOE de Pedro Sánchez, por un lado, y con Podemos y otras corrientes varias situadas a la izquierda, por otro. Vamos, que necesita hacerse un hueco. En este contexto hay que entender la propuesta-ocurrencia que ha planteado esta semana para poner topes a los precios de una serie de productos de alimentación básicos, primero, que matizó después diciendo que se trataba de poner de acuerdo a los representantes de la distribución y de los consumidores para conseguir este mismo objetivo. A partir de ahí llegaron reacciones diversas de otros miembros del Gobierno, o de los Gobiernos que tenemos, y se produjo el correspondiente guirigay, que aún sigue.
Desde el punto de vista formal hay que destacar dos puntos, al ser Yolanda Díaz vicepresidenta segunda del Gobierno: uno, que solo pueden desautorizarla el propio Pedro Sánchez, como jefe supremo, y Nadia Calviño en su calidad de vicepresidenta primera y económica, y no lo han hecho hasta donde yo sé; dos, que su Ministerio, el de Trabajo, no tiene competencias en esta materia de precios de productos alimentarios, que ha reclamado para sí, eso sí con cuatro días de retraso, el ministro de Agricultura, Luis Planas. Desde el punto de vista del fondo del asunto, las propuestas-ocurrencias de Yolanda Díaz chocarían, primero, con la Constitución, por aquello de la libertad de mercado; en segundo lugar, con las normas sobre competencia, tanto europeas como españolas y, por último y sin ser exhaustivo, también podrían chocar con la propia Ley de la Cadena Alimentaria, de la que presume tanto Planas, que prohíbe las compras y ventas de productos por debajo de los costes de producción que tienen los agricultores y ganaderos.
Puesto de manifiesto todo lo anterior, qué duda cabe que todos queremos que los productos básicos, entre ellos los alimentarios y los energéticos sean lo más baratos posibles y que bajen de las nubes. El problema radica en que la tendencia es justamente la contraria, por el escenario mundial de importantes incrementos de la energía, que está en el origen de todo, y también, en algunos casos, como el del aceite de oliva, por la sequía, que va a mermar la producción de la próxima campaña. Todos queremos más, expresado gráficamente en que aumenten nuestros ingresos (sueldos) y se reduzcan nuestros gastos (bajadas de precios). El problema es que alguien tiene que pagar las facturas que eso conlleva. Lamentablemente, y a corto plazo, los precios de la energía y los alimentos van a seguir siendo elevados y nos podemos dar con un canto en los dientes si la cosa se queda ahí y no hay momentos de escasez. En esta situación, ocurrencias, las justas.